Por muchas vueltas y más vueltas que le doy, no entiendo que les pasa por al cabeza a esos niños que acosan y machacan a otro física y mentalmente. Intento ponerme en su piel, pero no soy capaz de ajustarla, me produce urticaria. Y lo único que logró es que una profunda tristeza me invada.
Es que esa época, la del cole , la del instituto, debiera de ser la época más feliz de un muchacho o muchacha. Una etapa de sus vidas , donde experimentar, llorar, enamorarse, forjar vínculos, formar su personalidad, y siempre desde la despreocupación de las facturas y demas problemas que atañen a los adultos. Una época en la que la amistad con sus compañeros, y el apoyo de estos consiguen error muros, romper fronteras y tender puentes.
Lo que es incomprensible,es que sufran soledad, miedo a estar con sus compañeros,. Que no tengan valor para levantar la vista y mirar a los ojos a quien le está machacando, robando le la sonrisa y las ganas de volar. No entiendo como los demás, no son capaces de ayudarle, de alzar la voz que ese niño o adolescente tiene atascada en al garganta.
Porque , aunque insistan en asegurar que nadie sabía nada, eso se ve, se palpa. Se conoce al cabecilla y a los esbirros, o lacayos, a esos que quieren ser como el mandamos pero por cobardía se quedan en el coro del que ejerce la fuerza.
Esto del acoso escolar, o como ultimamente le llaman , no recuerdo la palabra , no es nuevo, ya existía en nuestra época. La diferencia no son las personas, sino la manera de difusión. Siempre hubo cafres que se creían más por tener bajo la ala del miedo a algún inocente, que no sabe como hacer frente a su verdugo y acatará las humillaciones con resignación. Hoy la cosa empeora con las redes sociales, móviles y demas manera de darle difusión o método de chantaje.
Y a todos nos parece atroz , no concebimos que esto ocurra, aunque en muchos casos se mira para otro lado, hasta que toca de lleno. Y es entonces cuando reaccionamos y empezamos a dar un paso al frente. Esto pasa cada día en algún colegio o instituto, al hijo del vecino, a nuestro hijo o sobrino, al niño de la panadera, etc, lo que no podemos hacer es callarnos si sabemos o sospechamos que esto está ocurriendo.
No puedo ponerme en la piel del agresor, aunque intento comprender lo que le lleva a su comportamiento, y desear con todas mis fuerzas que eso no ocurra ni hoy ni nunca.
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