Y cierras la puerta, despacio, sin hacer ruido. Te la quedas mutando, deseando que se abra de nuevo. Pasa el tiempo y nada, sigue ahí, sin nadie que mueva la manilla. Y entonces te acercas, intentando distinguir pisadas lejanas. Alguien se acerca. Abres, y no es quien esperabas. Tras el desconcierto inicial, sacas tu mejor sonrisa y con amabilidad desmesurada rechazas la invitación de salir y no dejas a entrar.
Vuelves a sentarte, dejar pasar el tiempo que se vuelve eterno. No dejas de mirar esa puerta cerrada. De nuevo alguien se acerca, ya no sabes si abrir o dejarla cerrada. Finalmente abres, es quien esperas, pero esta cambiada, como si fuese otra persona. Cordialidad, eso te encuentras. Breve es el instante. No entra ni tú sales. Se aleja y de nuevo cierras la puerta, añorando que vuelva a entrar.
Sentada mirando la madera, ya no se oye nada. Te acercas otra vez, la abres y miras al exterior. Nada.
Ahora la cierras de un portazo. Te la quedas mirando, sabiendo que ya no puedes esperar nada.
Ahora eres tu quien se aleja, quien no va a brilla y aunque deseas que llamen, no estas segura de poder abrir.
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