lunes, 16 de diciembre de 2013

Al pasar delante del bar.

Hace unos días, pasé por delante del bar donde puse punto y aparte a nuestra historia. Han pasado ya más de diez años y aún están vivos esos momentos en mi memoria.
Habíamos quedado como otras tantas veces. Tomar un café entre amigos, amigos que se denudan con la mirada, que cada roce de de dedos no era un contacto casual. Tensiones que se oían desde cualquier lugar del local. 
En esta ocasión el desenlace sería diferente a otras veces. Conversaciones, risas, anécdotas, sin ninguno de los dos tocar el tema del que había que hablar.
Pasaron los minutos como segundos. Cuando fue la hora de la despedida, en la puerta del bar, piropeaste mi físico, mi vestimenta (elegida meticulosamente para la ocasión, hay que decirlo), me sacaste los colores, como de costumbre. Rozaste mis mejillas, jugaste con mi pelo, pero...
El juego había cambiado, no quería una mano de vez en cuando, quería jugar la partida entera, con todas sus consecuencias, y tu no podías, no disponias del tiempo suficiente. Ya vivias de prestado y yo sin saberlo.
Te acercaste para despedirte. Tus labios buscaron los míos, y aunque mi razón decía una cosa, mandó el corazón y ganó.
Terminó aquel eterno beso y mi frialdad te heló. Era una despedida en toda regla, la despedida más dolorosa que nunca quise hacer. Y un "amigos", casi inaudible brotó de mi boca. No respondiste, la tristeza se reflejaba en tu mirada. Un beso en la mejilla y me di la vuelta.
No quise mirar atrás, me viste alejarme y el corazón se me partió en dos. Luchaste por no ir detrás de mi, por pedirme que no me fuese, por retenerme, porque me quedara junto a ti.
Sabias que te quedaba poco tiempo y no querías que yo lo sospechase. Ahora con el tiempo me doy cuenta que fue un acto de amor y no de cobardía.
Al pasar delante del bar, hoy y siempre, no puedo evitar recordar.   


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