Perdí el norte, y no lo encontré ni mirando al sur. Planee una ruta de la que me alejé una y otra vez. Y ahora en un desolador terreno no veo camino a seguir. Son muchos años siguiendo la ruta que otras personas habían marcado, siguiendo las pisadas que otros habían dejado. Yendo por senderos que esperaban que siguiese, muchas veces sin pensar que camino quería yo, sin anteponer los paisajes que me gustaría ver.
Perdí el norte y sin brújula es más complicado saber donde se haya. Las nubes negras no dejan ver el sol, y tampoco averiguar donde se pone ni despierta al amanecer.
Es momento de sentarse, sacar la mochila de la espalda y vaciarla de pesos innecesarios. De caminar despacio sin prisa y hallar esa ruta que tanto tiempo quise hacer y perdí su sendero.
Nunca es tarde para empezar de nuevo, aunque siempre da miedo el primer paso, lo desconocido. Pero no se debe olvidar que cada etapa del camino nos ofrece cosas nuevas, lo que hace diferente cada viaje es la predisposición del caminante.
Me ato las botas polvorientas, me pongo la mochila más ligera que antes y empiezo a caminar. Al norte,? Al sur? Ya no es importante el lugar, lo fundamental es no quedarse quieto y querer avanzar.
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