sábado, 26 de agosto de 2023

Ines

 Y allí estaba, con su vestido blanco de corte veraniego, su pelo corto , al más estilo clásico, sobrio y sin arriesgar.  Aparentaba unos cuantos años más de los que realmente tenía. 

Se acomodó rápidamente en su cama, esperando a que el tiempo pasara todo lo rápido que fuese posible. Pero la desesperación es mala consejera en la espera, y se le hizo eterna la hora. 

Por fin, después de sesenta largos minutos, la vinieron a buscar  y tras sesenta efímeros minutos la volvieron a traer. Adormilada, desorientada y de mal humor, intentó conciliar el sueño.

Cada cierto tiempo, como si estuviese cronometrado, sonaba el teléfono y resucitaba a los muertos que adormecían por el cansancio.  Contestaba, primero de muy mal humor, y se iba ablandando según fluía la conversación. Colgaba y al rato el mismo ritual.  

Más tarde, como era de esperar, llegaron familiares, que cacareaban sobre las vacaciones y las virtudes de su lugar de origen, comparándolo con la tierra de acogida durante el matador agosto.  Se olvidan de los orígenes y se recrean en el nuevo destino.  

Por fin, sus hermosas hijas, hicieron acto de presencia. Primera una, criticando el mal hacer de la otra, que por circunstancias desconocidas, aún no pisara el lugar. 

Cuando ambas muchachas coincidieron, ni se miraron, simplemente se limitaron a sonreírse, mientras por separado se dirigían a su amada madre. 

Aquello era una versión mala de algún trama de berlanga, entré lo cruel y  el humor. Dantesco mientras entretenido a la vez.  

Finalmente, antes de su partida, decidí perderme el ansiado final y quedarme  con un hipotético desarrollo de la historia que solo tendría validez en mi mente de observador indiscreto. 

Quien sabe si algún día, en otro sitio o en momento diferente, volveremos a coincidir. 




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