Miro a ese niño sentado en el jardín, se maravilla con la hormiga que recorre su mano. Le brilla la mirada, sonríe, descubre un nuevo mundo a su alrededor. Me maravilla con la facilidad que se sorprende, con la naturalidad que mira lo que le rodea, y la falta de prejuicios.
Ese niño, me recuerda cuando yo misma era chiquilla, como aunque no tuve todo los caprichos del mundo, guardo con entrñable felicidad aquellos momentos. Y tal veces felicidad venía dada por el descubrimiento de mundo, ese mundo que poco a poco perdió la magia de sorprenderme.
A veces me pregunto cuando me despoje de aquella inocencia, cuando dejé de mirar las cosas con los ojos de niña curiosa, que siempre fui.
Mira a ese niño, me acerco a él, me siento a su lado, y dejo que el me guíe por el mundo que quiere conquistar. Y el me muestra entusiasmado sus pequeños descubrimientos, el trébol, la mariquita que alza el vuelo, la hormiga que sigue su camino con sus compañeras.
Ese niño, que tiene toda la vida por delante, solo ha empezado a caminar, y ya me ha dado una gran lección. La vida te sorprende si dejas que lo haga, no es la vida ni las cosas, somos nosotros los que perdemos la capacidad de sorprendernos.
A partir de ahora, cada día dedicaré cinco minutos a abrir los ojos de par en par, y mirar las cosas de mí entorno con la misma mirada de esa niña que fui, y que se sorprendía con cada descubrimiento por pequeño que fuera, y sonreía de forma sincera y sin doblez.
La vida tiene demasiadas sorpresas y buenas, como para no dejarse sorprender, abre los ojos y vuelve a mirar......
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