Desde que abrimos los ojos, todo tiene un manto gris. Primero la niebla, poco deja intuir el tímido sol que asoma entre las nubes oscuras. Después un rayo se escapa, y tan pronto como se escapa el cielo deja caer las primeras lluvias. Y esas lluvias humedecen la tierra, y las almas de las personas, que parecen tristes, añorando el verano como tiempo mejor. Esa lluvia que saber dulce, aunque amargue a los transeúntes. Dulce al paladar, dulce sobre la tierra, dulce con los rayos de sol cuando se cruzan con ella, dulce y amarga.
Los días se aprovechan poco, parecen días nostálgicos, días para encender la chimenea y recogerse. Días de chocolate caliente, sofá y manta. Y hasta eso tiene su encanto, reunirse con los amigos al pie de la lumbre, un buen vino y una larga y amena charla por delante.
Aunque lo que más me gusta del otoño, aparte de los alimentos de temporada, soy de buen diente y buena en la cocina, son los aromas y colores. Esos amarillos, esos rojos, algun verde que no perderá color. Esos matices en las sierras de nuestro país, en las laderas de los montes. Ese paleta de colores, sueño de todo pintor romántico y enamoradizo.
El otoño tiene sus cosasmalas, sus cosas regulares y sus cosas buenas, sus horas cortas, pero también su encanto, sus emociones, sus colores. El otoño, esa estación tan poco agraciado por seguir al verano, y aun así luce con ganas y con fuerza inunda todo con sus aromas.
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