No me gusta que me toquen las palmas y menos cuando no tengo ganas de bailar. Y hay gente que a pesar de verme la cara me toca las palmas y lo que no son las palmas. Ayer me las tocaron de lo lindo, había quedado, así que a pesar de que me las estaban tocando a base de bien decidí echar un bailecito corto y salir con una sonrisa. Pues si seguía escuchando las palmas iba a llegar tarde, y odio la imputualidad.
Después una noche de risas, buena compañía y más de una confesión, se me había olvido la verbena que había dejado a medias. Pero claro los músicos no tenían intención de dejar de tocar. Así que recién levantada y sin mi café mañanero, las palmas continuaron. La cosa es que sin café soy medio persona y aunque no tenía ganas de bailar, después de tanto jaleo, termine por bailar las sevillanas, la jota y la sardana. Y cuándo uno baila a desgana, siempre cae algún pisotón inocente y más de uno intencionado.
Pues bien, cuando me hicieron bailar, y vieron el arte con el que me muevo la música cesó. Es que la gente es así, cuando consiguen sacar de su sitio al otro se quedan tranquilito, pero yo soy tranquilito pero si despiertan a la fierecilla, después esta no se calma fácilmente.
Las palmas ya no se oyen, lo único que suena es rock a todo volumen que he puesto para que ahora bailen los demás... Y caramba cómo bailan, se mueven cómo nunca.
Estoy cansada de que como parece que no se bailar me toquen las palmas con bastante facilidad, y es que que no baile no quiere decir que no sepa. Es que hasta el más tranquilo cuando le explota la bomba cerca salta. Y tranquilito soy, pero no impasible... Y hoy la tranquilidad la han transformado en una guerra que no se calma ni con música clásica.
No me tocarán las palmas por unos días, y cuando me las vuelvan a tocar ya tengo el repertorio preparado para que esta vez bailen ellos desde el principio, que tienen más arte y es más divertido verles mover el cuerpo a ellos. Y yo tocando las palmas las toco cómo nadie.
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