Esos momentos en los que sólo esperamos una disculpa, un momento de humildad y que reconozcan errores o que la manera de aprender actuar no ha sido la más acertada.
Pueden pasar días, años, pero esa excasa o inexistente palabra no se da a lugar, y su ausencia es un callo, una púa clavada bajo la piel. No molesta, solo a veces, en ocasiones, depende del roce. Y cuanto más tiempo pasa, mas pus se va produciendo a su alrededor, y aunque nos habíamos olvidado, vuelve a nuestra memoria.
Una disculpa parece algo fácil deshacer y de decir, en ello entran muchos factores, el primero que el ofendido sea capaz de explicar o que entiéndase motivos y el que ofende sea consciente de tal ofensa. Y aun dandose la circunstancia del entendimiento, hay a gente que le cuesta formular una disculpa, aceptar que puede equivocarse y que no siempre esta en el poder de la verdad.
Mi abuela decía, que las cosas como se toman de qunen vienen. Y en eso tenia razón, hay personas de las que no he tenido disculpa, ni tan siquiera un perdona, un mea culpa, o me equivoqué... Tampoco de ellas la espero, ni esperare. Lo único que me produce cierta rabia, es que cuando el error es por mi parte, o creen que les he ofendido o fallado, en seguida se erigen lanza en mano reclamando una reposición de su honor. Es que la vara no siempre mide de la misma manera por ambos lados, y eso es un craso error.
Disculpa, me disculpo una y mil veces, si te he ofendido, no necesito que me reclames, no tardaré nada en pedir perdón... No me gusta hacer daño, intento no fallaste, y cuando pienso que ha sido así, soy bastante crítica, demasiado empatica y humilde de palabra y de corazón.
No se es menos hombre por pedir perdón, ni más por aceptarlo. Y una disculpa a tiempo ayuda a vivir mejor y más tranquilo, para el que la ofrece y para el que la recibe. Y después de ella un buen abrazo....
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