Nos pasamos la vida, intentando derribar muros, buscar espacios abiertos y a veces nos olvidamos de buscar cobijo donde protegernos antes de que llegue la tormenta.
Las personas que vamos a pecho descubierto, somos más propensas a que los catarros nos afecten el alma. Estamos tan ciegos de sinceridad, que no vemos que quienes nos rodean van abrigados hasta las orejas, por ello no sienten el frio. Y mientras a nosotros, se nos reseca la piel, ellos la tienen sonrosadamente lozana.
Seguimos caminando, acompañados de quienes creemos que caminan a nuestro paso, o que entienden nuestras pisadas. A pesar de verles rezagados preferimos no ver la realidad de porque se quedan atrás. Preferimos pensar que están cansados por el esfuerzo, cansados de ser fieles a si mismos, agotados de luchar por ser leales a los ideales que llenan su boca de palabras auténticas....pero al final los cansados somos nosotros, y decidimos giraremos y empezar a evaluar la situación. Aunque los ojos irritados nos impiden ver con claridad poco a poco se hace la luz y todo toma forma. Nos vemos desnudos, mientras ellos están vestidos, empezamos a temblar y ellos siguen calientes bajo el ropaje de sus mentiras y su ropaje de adulación. Y terminamos por despertar de la ilusa esperanza que fuese todo una broma. La realidad es cruda, han jugado con nuestras palabras, han dejado ilusionarnos con que no éramos únicos, raramente diferentes. Todo forma parte de una comedia llena de payasos y actores de segunda que solo buscan su enriquecimiento para alcanzar el papel protagonista al precio que sea.
De repente, el frío nos cala hasta los huesos y apresuradamente levantamos un muro a nuestro alrededor, necesitamos dejar de sentir el gélido viento, que nos quita el poco sentido que nos queda. Y después de toda la vida derribando muros, abriendo puertas...empezamos a encerrarnos, a protegernos, a no mostrarnos, a no dejar que alguien traspase esa delgada línea... Al final estamos dañados, dolidos, heridos...por quienes jamás pensamos que así lo hicieran, y esas cicatrices en nuestra piel tardarán en curar.
Así que, con el agotamiento palpable, y con pocas fuerzas levantamos el último muro, ese muro que es el más difícil de derribar, el muro de la desconfianza.
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