Hay días que tengo la sensación de no avanzar con los pasos al caminar, que a pesar de caminar no voy a ninguna parte, que sigo estática en el mismo lugar pero con menos tiempo para poder lograr la meta.
Las ideas las tengo, los sueños no los he abandonado, las ganas de luchar empiezan a fallar. Tengo la sensación de que perdí el mapa y que no logro encontrarlo. En ocasiones aparecen trozos desperdigados por el suelo, en el bolsillo de algún bolso que hace tiempo que no pongo, o entre el libro que dejé a medias entre los que me propuse leer en verano. Intento pegar los trozos y siempre me fata algún trozo. Los coloco encima de la mesa mientras busco pegamento para hacer el mapa de nuevo y una leve brisa, que entra por la ventana, los levanta en remolino, haciendo imposible recomponerlos de nuevo.
No sé si por falta de mapa, oportunidades exceso de marcas en él, pero no encuentro el camino, o si lo hallo parece como si mis pasos me llevan a ninguna parte. Esa sensación me invade y con ello el avanzar casi cada paso es imposible darlo.
En esos momentos de abatimiento, cuando las fuerzas fallan y ya no queda otra que rendirse a la evidencia del fracaso, es cuando un último esfuerzo merece la pena. Ese impulso que hasta ese momento no encontre, surge de todos mis adentros haciéndome caminar con más ímpetu, encontrar la ruta a seguir, y vislumbrar el horizonte perdido.
Esos días de estar quieta aunque camine sin cesar, se sucederán en mi vida, unas veces con demasiada asiduidad y otras esparcidos en el tiempo. Y aunque no puedo evitarlos, si luchar por seguir dando pasos, por encontrar la fuerza para recomponer el mapa y al final mis pasos me llevarán a ese viaje que nunca debí dejar de hacer.
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