Después de muchos años, entré en la iglesia que en otra época había pisado más que el parque. Me senté y fui observando aquellas caras ajadas por el tiempo, que con una tranquilidad pasmosa iban ocupando sus asientos.
Y delante de mi, estaba ella, Maria, con su peli rubio, recogido en una simple coleta ,al lado de Bruno.
El sentado, mirada perdida y cuerpo ausente. Estaba sin estar. Ella lo miraba con ojos de resignación y atendía cualquier plegaria del pensamiento de él.
Los observaba desde el banco de atrás, y rememoraba antaño, cuando el era un hombre esbelto, un tanto prepotente y un bebedor empedernido. Y verlo así casi indefenso, sereno y sin gesto aparente, me hizo pensar en lo cambiante que era todo.
Ella sin embargo, seguía igual, paciente, cuidandolo antes y ahora , como si fuese su cruz y su destino.
Los volvía a mirar y recordaba quienes habían sido, quien era yo en aquel entonces, en quienes se habían convertido y en quien había evolucionado yo.
Sonreí son más y dejé que el murmullo de las beatas rezando me envolviese durante el resto del oficio.
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