A veces solo necesitamos el encontrarnos con viejas amistades, para reencontrarnos con nosotros mismos.
Ayer fue una de esas reuniones, que empiezan como un compromiso ineludible, que quisieras decir no y no puedes. En las que te sobran excusas para declinar la invitación y aún así, asistes.
Pues bien, confirmé mi asistencia. Me probé no un par de modelitos, sino que el armario entero. Y al final, lo de siempre, lo práctico, camisa y vaqueros, y un bien tacón. Y como dice la canción..... rimel por aquí, maquíllate... y lista.
Me hubiesen llamado en mitad del camino para decirme que se había cancelado, y creo que bailaría sobre un pie en mitad de la calle.
No hubo esa suerte.
La noche había enfriado el ambiente. Me puse mi mejor sonrisa y allá fui.
Como era de esperar, restaurante de moda, menú degustación, decoración cuidada elegantemente... ya se puede imaginar uno el local.
Sorprendentemente, la comida muy buena y el vino, un tinto de la tierra, espectacular.
Y de repente, aquellas amigas que no podría juntarnos ni la misma bruja piruja, estábamos riendo como hacía más de veinte años, olvidándonos del reloj y uniendo lazos de nuevo.
Y entre vino, confesiones y más de un traje a medida que hicimos, fuimos encontrándonos.
Cuando acabó la velada, sentí esa punzada de añoranza, de lo que vamos dejando por el camino y que volvemos a recoger. Anduve varios metros siguiendo los pasos de mis pensamientos. Sonreía por el encuentro y seguir encontrándose, y por un momento recordé que lo que reencontré esa noche, fue a mi misma.
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